jueves, 27 de agosto de 2015

Mi estación treinta y dos



He llegado,
Mi arribo ha sido en una mañana nublada,
De esas que en agosto suceden a menudo
Como firme promesa del otoño.

La estación treinta y dos se miraba muy lejana, pero el tren ha sido rápido, el viaje abrupto y las emociones encontradas. Estoy aquí, como la palabra empeñada de un otoño que arrope el alma y guarde los secretos que deben ser callados, y grite al viento los que han de ser escuchados.

Agosto es una tregua, 
Es un cálido abrazo, es la llegada al muelle tras un naufragio, es el calor de la hoguera, la luz del sol y la miel de la luna. Se murmura que en dicha estación se llevan a cabo todas las rutas perdidas, los viajes aplazados.

II

En la vida terrenal hay tres momentos: cuando naces, cuando renaces y cuando mueres. Nací hace treinta y dos años, también fue una mañana nublada, nací con la nostalgia del verano que se va lento y la víspera de un otoño anaranjado. 

Renací hace poco, me levanté de entre los cadáveres de sueños e ilusiones; me arranqué de las garras de las sombras, me sacudí las cenizas, me volqué en los brazos de la vida. Atrás quedó la estación del luto, donde morí simbólicamente, desde adentro, desde el alma.

El tren ya se escuchaba a lo lejos, pero tenía que morir para renacer, pues con los harapos de un alma martirizada no podría abordar. Tuve que apresurar mi muerte, lo hice el mes de julio, morir y renacer en paralelo. En la transición aprendí lo ignorado, observé lo negado y acepté el ritmo natural del Universo.

Era media noche cuando me volví a la vida, cuando pasó el tren,  cuando mente-cuerpo-alma arribaron a la estación treinta y dos...



El veintisiete de agosto número treinta y dos, feliz cumpleaños para mí.


Mily Murillo